Relacionarse con los pacientes dentales

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A menudo los pacientes viven la visita al dentista con preocupación y, mientras que el paciente adulto es capaz de afrontar el miedo y tratar de calmarse, el niño, casi siempre, carece de la madurez psicológica necesaria para vivir correctamente la relación con el dentista.
Tanto en el caso de pacientes adultos como de niños que muestren previamente su preocupación en mayor o menor medida, lo más importante es establecer inmediatamente un diálogo tranquilo y constructivo haciendo preguntas específicas que impliquen al paciente en el examen de la situación para acordar con él el tipo de intervención que se va a realizar. Ser consciente ayudará siempre al paciente de cualquier edad a superar sus temores.
Sin embargo, con los niños a menudo la situación es más complicada, porque llegan a la consulta ya sugestionados por relatos de terceros o ideas que se han hecho al escuchar historias en el ámbito familiar. Esto implica la necesidad de ganarse su confianza.
Un ambiente no demasiado aséptico, donde la visualización de equipos y maquinaria se alterne con imágenes familiares y tranquilizadoras, permitirá al pequeño paciente dar rienda suelta a su curiosidad natural que, si logra prevalecer sobre el miedo, hará que se abra al diálogo.

Un tono de voz tranquilo y calmado constituye la base natural de la negociación que se va a establecer con el niño, porque de eso se trata. Limitarse a hacer sin dar ninguna explicación llevará a que el joven paciente se sienta forzado y objeto de violencia coercitiva, lo que aumentará sus temores. Por el contrario, un diálogo franco, usando palabras simples y que el niño conozca, podrá convencerlo para confiar en el odontólogo y aceptar la utilidad y el efecto beneficioso de lo que deberá sufrir.

Un niño que hace preguntas y recibe respuestas puntuales en un lenguaje que comprenda es un niño más tranquilo que busca una ayuda adecuada para confiar en ese desconocido vestido de blanco, que quiere meterle las manos en la boca y causarle dolor.

Tener poca paciencia y obligar a un niño a someterse por la fuerza a un tratamiento o a la extracción de un diente puede tener como consecuencia no sólo la pérdida de un paciente, sino también un mal trabajo con ese paciente, que abordará la prueba llorando o, peor aún, presa del pánico y con movimientos convulsivos.
El médico debe siempre prestar atención al silencio y a la reacción aparente de un niño y aconsejarle que sea extremadamente prudente al acercarse.

En la relación con pacientes en el ámbito pediátrico resulta mucho más útil ganarnos su confianza explicándoles, paso a paso, qué es lo que tienen, ilustrando las posibles consecuencias en caso de que no se realice el tratamiento y los beneficios que, al contrario, se producirán si se ejecutan correctamente los cuidados.
Convencer a un niño acerca de la necesidad de someterse a un tratamiento, mientras se habla con él sonriendo, manteniendo el tono cálido y de amistad de quien entiende muy bien sus temores y los comparte, por lo general facilita la tarea. De hecho, los niños, que son curiosos por naturaleza, necesitan de entender qué está sucediendo.
Siempre será positivo explicarles la función y el uso de cada equipo sin ocultar cuáles y porqué podrían causarle dolor, evitando, sin embargo, denfatizar el aspecto del dolor.
Este tipo de actitud, casi siempre convence al niño sobre la necesidad de someterse con valentía a la prueba del dolor para evitar peores consecuencias en el futuro.
Y un niño convencido es siempre un niño que colaborará, pese al miedo y al dolor.

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